Un número muy importante de padres con
hijos en edad escolar estáis eligiendo para ellos, en estos días, la formación
religiosa católica. Lo hacéis en el ejercicio libre y responsable del derecho
que tenéis a que vuestros hijos reciban la formación que responda a vuestras
convicciones.
Los grandes totalitarismos del siglo XX pretendieron imponer
en todos los ámbitos de la educación sus ideologías, las que los sostenían y
fundamentaban. Frente a tales pretensiones e imposiciones fue proclamada en
1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos como un grito de
libertad, como la transición a un orden nuevo de libertades. Ahí se afirma – y
de ello se hace eco la Constitución española “el derecho de los padres a
escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. La misma doctrina
se expresa en el protocolo de 20 de marzo de 1952 al “Convenio Europeo para la
Protección de Los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales”: “El
Estado, en el ejercicio de las funciones que asuma en el campo de la educación
y de la enseñanza, respetará el derecho de los padres a asegurar esta educación
y esta enseñanza conforme a sus convicciones religiosas y filosóficas”.
Sin el conocimiento del cristianismo es imposible conocer la
cultura europea y sus mejores creaciones. Pero, con ser esto importante, lo es
mucho más por lo que el mensaje de Jesús puede aportar, en el presente y en el
futuro, al bien de vuestros hijos.
El papa Benedicto XVI insistía en la necesidad de la
formación religiosa de las nuevas generaciones como algo imprescindible para el
desarrollo armónico, humano y espiritual de los alumnos en un momento tan
crucial como es el del crecimiento y formación de la persona. La enseñanza
religiosa escolar contribuye al desarrollo integral del estudiante, capacita
para el diálogo interdisciplinar con las demás enseñanzas y con las personas de
otras religiones y culturas, para el cocimiento del otro, así como para la
comprensión y el respeto recíproco.
La mejor herencia que los padres podéis legar a vuestros
hijos es transmitirles principios y valores sólidos, pautas serias de
comportamiento, objetivos nobles y altos. Tengo el firme convencimiento de que
el mejor modo de lograrlo es fundamentar la vida en Jesucristo, el Señor, la
Verdad que nos hace libres.
Con todo afecto.
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