Esta estupenda entrevista puede ser un recurso muy bueno con distintos grupos de alumnos y alumnas para comentar en clase:
¿Quién es Pepe Rodríguez?
Es un hombre que nació en
Madrid el 13 de marzo de 1968, aunque toda su familia era de Illescas y se vino
de muy niño aquí. Me he criado en un ambiente hostelero. En resumen, soy una
persona normal que ha trabajado en aquello que sus padres le dejaron, el
restaurante El Bohío, que data de antes de la guerra civil. Que fue un chico
feliz, que se crió como cualquier otro niño de los años 80, jugando en la calle
a las bolas, a la peonza… Uno más.
¿Y quién es para usted la Virgen de la Caridad? Es
habitual verle en su santuario.
Para mí ella es muy
importante. Llevo a la Virgen de la Caridad en el corazón. Justo ahora vengo de
hacerle una visita y estaba pensando que, lamentablemente, no se la pudo ver en
la final de MasterChef. También me acordaba de la suerte que he tenido de
disfrutar del santuario y de su presencia. Recordé cada mes de mayo, cuando nos
sacaban del colegio y las hermanas mercedarias nos traían a cantar a la Virgen
y a rezarle. Aquellos momentos eran tan bonitos, todos reunidos en torno a la
Madre. Recuerdo cómo nos teníamos que inventar la frase que decíamos a la
Virgen, frases que todavía llevo hoy en mi corazón.
¿Cómo vive su fe en medio del mundo de la televisión y
la fama?
Pues con normalidad. La fe no
está reñida ni con la televisión ni con la fama; tampoco está reñida con ser
arquitecto o médico. La fe se tiene o no se tiene, se vive o no se vive, se
lleva o no se lleva. No sé si soy un hombre capacitado para dar ninguna norma,
pero a mí no me estorba para nada en mi trabajo. Intento que la gente que está
a mi alrededor entienda que soy un hombre de fe, pero tampoco lo voy pregonando
ni creo que sea necesario. Cuando toca y surge lo digo con naturalidad para que
todo se normalice y no parezca algo extraordinario.
¿Qué es para usted la parroquia?
Soy un hombre que vive en la
parroquia, que va a la iglesia de su pueblo y participa en ella. No sé si
participo todo lo que debería, pero sí intento que mi familia, mis hijos y mi
mujer la vivamos desde dentro. Pero no es nada fácil enseñar a los hijos que
vayan a la iglesia. En mi casa mi madre sí iba a Misa, mi padre no. Y quiero
que mis hijos vean que yo voy a Misa, aunque ellos son a veces los que no
quieren, por la edad y por diversos motivos. El mejor ejemplo que les puedo dar
es que vean que yo voy con normalidad y naturalidad.
¿Qué ingredientes debe tener la relación de una
persona con Dios?
La mía es muy profunda, pero
hacer de eso una receta… ya es difícil. Yo me pregunto: ¿por qué he tenido la
suerte de conocer a Dios? ¿Por qué he tenido la suerte de sentirlo cerca y
otros no lo sienten? No dependerá de mí; ha sido algo que me ha venido dado.
¿Cómo dar los ingredientes? Primero, es importante haber conocido a Dios. Y
luego, darte cuenta de que tienes que cultivar esa relación día a día y que te
debe exigir más. Como soy una persona que fallo tanto, no soy ningún ejemplo
que seguir para nadie, pero sí sé que, aunque caiga, me puedo levantar y que
Dios siempre me perdona.
Ha hecho los Cursillos de Cristiandad. ¿Fue algo
determinante?
Sí, hubo un antes y un
después del cursillo. Desde niño había ido a Misa porque mi madre me obligaba.
Iba y seguro que iba feliz. Aparecí en un cursillo y no sabía muy bien para
qué. De hecho, me llevé un balón de baloncesto, pensando que iba a ser algo así
como un campamento de verano. Y me encontré con Dios. Tres días sin parar de
rezar y sin parar de hablar con Dios, de preguntarle qué quiere de mí. Aquello
me cambió, me ayudó a sentirme más cerca de Él. Dios me dijo: «Quiero que te
enteres».
¿Se acuerda de sus catequistas?
Sí. Quiero resaltar la labor
de un catequista que deja su domingo, que da su tiempo libre, que quita tiempo
a su familia por dar la catequesis a los niños. Esto sí me parece algo único.
Estamos ahora resaltando un programa de televisión, pero eso no tiene ningún
valor comparado con lo que hace un catequista.
¿Qué es para usted la familia?
Es un pilar fundamental. Los
que no han encontrado una familia seguro que viven también felices, pero yo
tengo tres hijos y no encuentro nada tan grande como ellos. Nada hay más grande
que mi familia.
¿Cómo conjuga la vida familiar con la televisión y el
restaurante?
Seguramente lo conjugo mal,
pero no sé hacerlo de otra manera. Aunque gano otras cosas, me pierdo mucho de
vivencias muy importantes de mi familia y de mis hijos. Eso sí, el momento en
que estoy con mi familia es único y lo vivo con mucha intensidad. No sé si lo
adecuado es pasar un día entero con la familia, si basta solo con las tardes,
si hay que ponerse unos horarios para estar con ellos… Yo sobre todo intento
que ese tiempo con ellos sea de calidad.
¿Qué valores inculca a sus hijos?
Los que yo tengo, que no sé
si son los mejores. A mi hija mayor le insisto para que vaya a Misa los
domingos, pero ella no quiere. Me dice: «Papá, que estoy muy liada; papá, que
no tengo tiempo, tengo que estudiar…, ¿y cómo voy a perder una hora?». Pues yo
voy y doy ejemplo. Y, a veces, cuando me pregunta, le respondo: «¿No te das
cuenta de que yo trabajo todos los días de la semana pero encuentro ese momento
para ir; lo busco porque lo quiero, porque lo necesito?». Quiero que se dé
cuenta de que ir a Misa es lo mejor que va a hacer en su vida. Si saca un siete
o un nueve es secundario, pero entiendo que mi ejemplo le puede llegar. Soy lo
que soy porque he visto muchos ejemplos en mis padres. A lo mejor quiere volver
a ir mañana o dentro de 18 domingos, pero llevarla obligada no es la mejor
fórmula.
Si se pregunta a vecinos de Illescas, muchos se
acuerdan de cuando ayudaba usted a los toxicómanos.
Fue un momento muy bonito,
justo después de hacer cursillos. Todos los cursillistas que conocía hacían
algo en aquel momento, y yo nada. Me sentía acomplejado. Me llamaba la atención
cuando por la noche tomaba algo con los amigos y veía a un señor en Illescas que
se acercaba a los drogadictos y tomaba algo con ellos. Íbamos diciendo: «Mira
este, que me robó el radiocasete ayer; mira aquel…». Me di cuenta de lo fácil
que es criticarlos y de lo difícil que es hacer como aquel hombre que los
ayudaba, don José Soriano. Me estaba dando un ejemplo. Un día por la calle me
lo crucé de frente –yo nunca había hablado con él– y le ofrecí mi ayuda.
¿Y qué le contestó?
«Mañana nos vemos, te espero
en casa. Empezamos una labor de entrega por los demás…». La cuestión es ayudar
al que nos necesita, ya sea da porque no tiene que comer, porque ha venido en
una patera… En este caso, se trataba de ayudar al prójimo en una época difícil
en la que la droga no se entendía. Esa labor de cuerpo a cuerpo, de buscar
recursos, de llevarlos a casa, 24 horas al día… Fue la época más emocionante de
mi vida. Estar con los más necesitados te aterriza. Necesitamos contacto con la
realidad porque si no perdemos la esencia del ser humano. Cualquiera puede
acabar en la droga. Es una pandemia que está ahí, y si no somos sensibles y no
lo hacemos algo por los demás, es que no hemos entendido nada de la vida.
Es usted empresario. ¿Cuál es su compromiso en la
empresa como cristiano?
Intento ser el mejor
empresario posible, pero también es difícil ser el mejor cocinero posible, el
mejor maestro posible… Intento llevar a la empresa lo que tengo en el corazón,
lo que se me ha dado. Con mis defectos, pero intento tratar a la gente que trabaja
conmigo como me gustaría que me tratasen a mí si la empresa fuera de ellos. Al
final, soy el administrador y ya está. Lo reflexiono muchas veces, porque es
muy difícil mandar con criterio, con sentido, con pulso, con talante, sin
superioridad… Mando porque tengo esa responsabilidad no porque lleve una
insignia de jefe. Intento aplicar el Evangelio a la empresa y en el trato con
la gente que trabaja para mí. Intento también dar ejemplo, llegar el primero,
con el compañerismo…
¿Y su colaboración con Cáritas?
La labor de Cáritas es
impagable, extraordinaria, solo puedo hablar bien. Me siento parte de Cáritas.
Sobre la colaboración, ¡cómo no vas a ayudar a quien te pide ayuda! Si me piden
ayuda ahí estoy. Ahora que uno es muy reconocido te llaman de mil asociaciones
para que seas su imagen. Bueno, está bien ayudar de esa forma, pero esa
disponibilidad hay que tenerla siempre y con todo el mundo. No ahora porque soy
reconocido. Tampoco me parece bien que, porque seas famoso, se presuponga que
lo que tú digas es lo mejor. No me parece esa la mejor manera de predicar. No
me gusta que se me invite ahora que soy reconocido cuando se podría haber hecho
antes y lo necesitaba tanto o más. La relación que yo tengo con Dios está por
encima de la tele o de la cocina. La ayuda la necesito y la puedo prestar
siempre. ¿Solo por mi imagen? No valoro más el testimonio de un famoso creyente
que el de un fontanero, un taxista… A mí me interesa el pueblo llano. La gente
sencilla y normal.
A los cristianos de a pie nos da miedo decir «yo soy
creyente».
A mí también me da miedo. Lo
he dicho en ámbitos, más pequeños… Para mí es igual de importante lo que tú me
estás contando como lo que yo cuento, para mí tiene el mismo valor; No necesito
que seas famosa para que me des ejemplo, ya me lo has dado. Necesitamos
sensibilizar a la sociedad. Perdamos todos el miedo a decir que somos
creyentes.
¿Cómo ve hoy la labor de la Iglesia?
Como todo, ha evolucionado.
La cocina se está actualizando porque es un lenguaje vivo que se transforma. La
Iglesia se tiene que renovar, se está renovando continuamente; lleva 2.000 años
en constante renovación. Y se tendrá que renovar aún más, y lo que antes eran
extraordinario se normalizará. No hay que tenerle miedo al futuro. Antes había
un cristianismo con muchas obligaciones. Y ojalá la Iglesia fuese más pobre
todavía; la Iglesia nació pobre, deberíamos ser más pobres para quererla más.
Las palabras de don José Rivera [conocido sacerdote de Toledo] no se me
olvidarán en la vida, cuando decía: «Ojalá la Iglesia se hubiera dedicado a
hacer iglesias más pequeñas y más feas; hoy las tendríamos más feas, pero más
llenas». En esas tenemos que seguir.
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